Ilustración de Pachi dedicada a Chiquito de la Calzada
Quizás sea porque un día, hace ya mucho tiempo (quizás diez años o así) tuve la suerte (porque siempre he admirado a Chiquito como creador y artista valiente que inventa algo nuevo) de encontrarme a don Gregorio con su mujer, doña Josefa (Pepita), comprando un traje en la planta de Caballeros de El Corte Inglés. Se les veía atareados, pues llevaban varios pantalones (de talla pequeña; él era muy bajito...) en los brazos. Como soy muy tímido, solamente les saludé inclinando la cabeza hacia adelante, estilo japonés:
- "Buenas tardes, Chiquito. Buenas tardes". Yo no sabía cómo se llamaba ella.
Y Chiquito y ella, educadamente, me respondieron:
- "Mú buena tarde, joven". E intercambiamos los tres una sonrisa.
Nada más. No quería dar la lata pidiéndole un autógrafo en un momento de privacidad. Me alejé y después, simulando que yo también iba a comprar algo por allí, les volví a mirar. De mí brotó una sonrisa. Siempre defiendo que hay personas a las que deberíamos cuidar mucho (en vida, claro) porque, como oí decir a alguien hace poco, tienen la varita mágica con la que logran mejorar nuestro estado de ánimo y, para eso, no hay nada mejor que la risa.
Sabemos que hay personas que pretenden ser graciosas y nunca lo consiguen. Y hay otras que, sin quererlo, tienen ese arte. Es un don innato. De todas maneras, en aquella ocasión mi sonrisa fue más bien de ternura que de otra cosa.
Posteriormente, ya pasado un tiempo y fallecida Pepita, mi mujer, su tía y mi suegra se encontraban a Chiquito frecuentemente paseando tranquilo por las calles de Huelin, pues vivía por allí, y charlaban un rato de cómo le iba. Mi mujer, Rocío, tiene una foto muy, muy bonita junto a él. Era un hombre afable, muy educado y muy sencillo. Y la sencillez siempre es una enorme lente que agranda a las personas que son geniales.
Genio y figura.
D.E.P., don Gregorio.
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