lunes, 16 de abril de 2012

Odio Afeitarme (3)

Lunes por la mañana...


Como se suele decir, "las prisas no son buenas"... Incluso cuando te estás afeitando...


Collage y acrílico montado sobre papel

Menos mal que, como diría Homer Simpson (ese gran filósofo y pensador de nuestro tiempo), se inventaron el after-shave y los trocitos de papel higiénico...

Homer Simpson mostrando a su hijo Bart como debe afeitarse un hombre hecho y derecho

Las prisas no son buenas... Sobre ellas, hay un escrito de una tal Avesolitaria que siempre me hizo mucha gracia y que comparto aquí por si alguien no lo conociera. Lo leí hace tiempo en su página en Internet (el enlace es: http://militeraturas.ning.com/profile/Solariana ).

Es una especie de poema humorístico y dice así:

"Aquel día pasaba deprisa 
y yo tenía mucha prisa 
por llegar a la estación. 
Miles de personas caminaban, 
como una manada, 
arrasándolo "tó".

Mientras más mi paso aceleraba, 
más rápido el tiempo pasaba.
Mientras más que correr volaba, 
más se me aceleraba el corazón. 

Pisando fuerte a cada paso que daba, 
tragando acera, bebiendo calzada.
Tropezando con la gente, 
apretando los dientes...
Cuando de repente, 
se parte un tacón.

Cojeando y como pude 
lo terminé de arreglar, 
calle abajo, río arriba, 
me entran ganas de mear.
La gotita se me escapa, 
las piernas he de apretar...
Con una más larga que la otra, 
imposible caminar.

Imaginen ustedes mi postura...
la pierna corta delante, 
la pierna larga, detrás, 
los dos muslos apretados 
y una, intentando andar.

En lugar de adelantar 
los pies uno tras de otro, 
los dos iban a la par.
Como empujoncitos al de delante, 
iba dándole el de atrás.

Aún quedaba mucho trecho 
y yo me lo había tomado a pecho.
Mi honor quedaría maltrecho, 
ni yo misma me volvería a hablar...

Este asunto no tiene vuelta de hoja, 
yo el tren debería tomar.
Cuando por fin alcancé el punto exacto, 
el ritmo certero en mi nuevo caminar...
la segunda gotita de pis, sin querer, 
se me viene a escapar.

Ni un solo retrete, 
ni un bar, 
ni una estación de servicio..., 
nadie que me pudiera auxiliar.

No había más remedio 
que apretar y apretar... 
y, aun por encima de mi cadáver, 
a la estación tenía que llegar.

Un sudor frío me recorría la frente. 
Un par de manchas oscuras, 
mi blusa se ofrecieron a decorar,
bien extendidas por el sobaco, 
mientras yo veo un banco 
donde poderme sentar.

¡Oh perdición!, 
si me siento, 
a la estación 
no podré llegar a tiempo.

Con un suspiro del alma, 
me veo obligada 
a dejar 
el banco 
pasar.
Cuando de repente, 
sin poderlo evitar, 
la tercera gota se escapa...
¡Es que ya no podía más!

¡Valor! ¡Honor! 
En la guerra se perdió más. 
¡Dáte ánimo, muchacha, 
a la estación pronto has de llegar!

Y yo, con la frente muy alta, 
intento seguir caminando, 
en líquidos rebosando, 
pero a punto de llegar.

Entre traspiés y empujones, 
entre insultos y acelerones, 
por fin llegué, 
¡por cojones!

Satisfecha de mi hazaña 
y sin parar un momento, 
casi al vuelo pregunté 
qué vía debía escoger.

Mientras, 
con el otro pie, 
mi cuerpo quería llegar, 
al servicio "pa" mear.

Y así, dividido el cuerpo, 
entre la prisa y las ganas, 
entre el tren y el "uvecé", 
entre mi honor y mi rabia,
pude ver como partía el tren, 
que no me esperaba, 
y mientras, yo allí, parada 
con ese gran desnivel...
con mi estatura quebrada, 
con un tacón olvidado, 
con el alma por los pies...
sobre un gran charco de agua..., 
bueno, de agua..., 
ustedes ya imaginarán de qué".

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