Como se suele decir, "las prisas no son buenas"... Incluso cuando te estás afeitando...
Collage y acrílico montado sobre papel
Menos mal que, como diría Homer Simpson (ese gran filósofo y pensador de nuestro tiempo), se inventaron el after-shave y los trocitos de papel higiénico...
Homer Simpson mostrando a su hijo Bart como debe afeitarse un hombre hecho y derecho
Las prisas no son buenas... Sobre ellas, hay un escrito de una tal Avesolitaria que siempre me hizo mucha gracia y que comparto aquí por si alguien no lo conociera. Lo leí hace tiempo en su página en Internet (el enlace es: http://militeraturas.ning.com/profile/Solariana ).
Es una especie de poema humorístico y dice así:
"Aquel día pasaba deprisa
y yo tenía mucha prisa
por llegar a la estación.
Miles de personas
caminaban,
como una manada,
arrasándolo "tó".
Mientras más mi paso
aceleraba,
más rápido el tiempo pasaba.
Mientras más que correr
volaba,
más se me aceleraba el corazón.
Pisando fuerte a cada
paso que daba,
tragando acera, bebiendo calzada.
Tropezando con la gente,
apretando los dientes...
Cuando de repente,
se parte un tacón.
Cojeando y como pude
lo terminé de arreglar,
calle abajo, río arriba,
me entran ganas de mear.
La gotita se me escapa,
las piernas he de apretar...
Con una más larga que la otra,
imposible caminar.
Imaginen ustedes mi
postura...
la pierna corta delante,
la pierna larga, detrás,
los dos muslos
apretados
y una, intentando andar.
En lugar de adelantar
los pies uno tras de otro,
los dos iban a la par.
Como empujoncitos al de
delante,
iba dándole el de atrás.
Aún quedaba mucho trecho
y yo me lo había tomado a pecho.
Mi honor quedaría
maltrecho,
ni yo misma me volvería a hablar...
Este asunto no tiene
vuelta de hoja,
yo el tren debería tomar.
Cuando por fin alcancé
el punto exacto,
el ritmo certero en mi nuevo caminar...
la segunda gotita de
pis, sin querer,
se me viene a escapar.
Ni un solo retrete,
ni
un bar,
ni una estación de servicio...,
nadie que me pudiera auxiliar.
No había más remedio
que
apretar y apretar...
y, aun por encima de mi cadáver,
a la estación tenía que
llegar.
Un sudor frío me
recorría la frente.
Un par de manchas oscuras,
mi blusa se ofrecieron a
decorar,
bien extendidas por el
sobaco,
mientras yo veo un banco
donde poderme sentar.
¡Oh perdición!,
si me
siento,
a la estación
no podré llegar a tiempo.
Con un suspiro del alma,
me veo obligada
a dejar
el banco
pasar.
Cuando de repente,
sin
poderlo evitar,
la tercera gota se escapa...
¡Es que ya no podía más!
¡Valor! ¡Honor!
En la
guerra se perdió más.
¡Dáte ánimo, muchacha,
a la estación pronto has de llegar!
Y yo, con la frente muy
alta,
intento seguir caminando,
en líquidos rebosando,
pero a punto de llegar.
Entre traspiés y
empujones,
entre insultos y acelerones,
por fin llegué,
¡por cojones!
Satisfecha de mi hazaña
y sin parar un momento,
casi al vuelo pregunté
qué vía debía escoger.
Mientras,
con el otro
pie,
mi cuerpo quería llegar,
al servicio "pa" mear.
Y así, dividido el
cuerpo,
entre la prisa y las ganas,
entre el tren y el "uvecé",
entre
mi honor y mi rabia,
pude ver como partía el
tren,
que no me esperaba,
y mientras, yo allí, parada
con ese gran desnivel...
con mi estatura
quebrada,
con un tacón olvidado,
con el alma por los pies...
sobre un gran charco de
agua...,
bueno, de agua...,
ustedes ya imaginarán de qué".
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